Ya en 1859 observó J. Hall que la potencia de los sedimentos es mucho mayor en las zonas orogénicas, donde se forman las cordilleras de plegamiento, que en las zonas contemporáneas no afectadas por dicho fenómeno. Esto lo atribuyó a una subsidencia progresiva del fondo de las grandes cuencas de sedimentación o geosinclinales —depresiones alargadas, situadas por lo general en las márgenes de las masas continentales, estables, de rocas ígneas y metamórficas, llamadas escudos— que no existe en la plataforma continental, situada entre los escudos y los geosinclinales, donde la sedimentación es relativamente somera.
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