«¡Animo, don Luis, y que no tenga usted que trabajar nada esta tarde!». los aficionados, de aquel 1942 en que se consagró manolete, vivían la corrida del domingo desde que se levantaban temprano por la mañana, y para ellos todos eran protagonistas. el cirujano de la plaza también. la ingenuidad de la época les hacía expresar con tan ingeniosos circunloquios sus deseos más nobles: que el cirujano no tuviera que trabajar; que no hubiese cogidas.
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